El vodka me hacía cada vez más sorda, mientras
intentaba anclar mis tacones al lanudo follaje de la alfombra.
Faraón, en su
atuendo “Made in Patronato”, comenzaba a ronronear hasta mi silla. Me elevó a sus caderas y me aferré a ellas con
la escasa fuerza que brindaba mi brújula alcoholizada.
El fervor de mis amigas
se convirtió en un lejano susurro, el
sube y baja me transformó en una coctelera batiéndose telúricamente al ritmo de Chayanne.
Luego de tres minutos,
Faraón, ahora Mario de Pudahuel, me
prometía que todo iba a estar bien.
Yo, decidí que no me casaría.
Cuentos rescatados del terremoto
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