miércoles, 18 de agosto de 2010

“Bicentenario, Sueño Bravo”


Los sedientos comensales poco a poco intentan a apoderarse de las veredas de la calle Aillavilú, ya no cabe un alma dentro del local  y a nadie más que a los quiltros parece alarmar esta improvisada toma de cunetas aledañas.

Siempre pasa lo mismo en esta fecha, la moda en el mes de septiembre consiste en empaparse de identidad patria, costumbre que los afuerinos practican gastando el aguinaldo en jarras de chicha que exprimen mientras golpean las mesas y gritan: “CEACHEI” y “Chile va al mundial”, cada vez más fuerte, elevando a nuestras pobres figuras futboleras hasta el mismo Olimpo de nuestros poetas.

Pedro, me espera hace más de hora y media en las afueras del metro Cal y Canto, como me quiere mucho y anda sin un peso, me saluda con el mismo cariño de un sorpresivo y maravilloso reencuentro, es la primera vez que nos vemos desde aquel confuso suceso que guardaremos en estricto secreto por el resto de nuestras vidas, o hasta que se vuelva a repetir… somos profesionales.
El panorama se nos presenta desalentador, a simple vista creemos no tener mucho éxito esta tarde, la pista está complicada, tantos invitados enardecidos se asemejan más a una barra brava que a nuestro fiel y honorable público, pero estamos decididos a hacer bailar hasta a abstemios y cuicos curiosos, infaltables entre la fauna de “La Piojera” durante fiestas patrias.

Después de avanzar a tientas entre el tumulto de locales y visitas, logramos llegar al mesón y pedir un par de terremotos para afinar la garganta y espantar de mí las escasas pero molestas sombras del recato fundado en toda una vida de educación con las monjas, a mi juicio “como las reverendas”. Estamos listos para partir, Pedro saca la guitarra yo el pandero y empezamos la Cueca:

-“Señor Carabinero por qué me tira del brazo lárgueme la manga…”, y de a poco nuestro humilde dúo va sumando nuevos músicos, para empezar un guitarrista…

-“Es que usted nunca le ha puesto entre pera y espinazo lárgueme la manga…”, aparece un tañedor de platos y un acordeón…

-“Como chileno si, vengo enfiestao, y usted dale que dale, que estoy curao…”, Se armó la grande, aparece el Care’ Gato, destacado concertista en peineta a quien le pasamos otro pandero para que aportara con sus firuletes.

-“Si no fuera por eso, las huinchas me llevai preso...” Se termina la primera Cueca y ya no queda nadie indiferente, después de la segunda patita tenemos nuevos amigos y un par de réplicas para evitar la garganta seca, donadas por el afutrado que se instala en primera fila.

La fiesta continúa entre Cuecas bravas, valses peruanos y boleros dulzones; estoy feliz, me siento tranquila, parece que estaba equivocada y lo de la otra noche lo soñé… no es primera vez que confundo la realidad con lo que hago en mis sueños.

Pedro da inicio al especial bailable, mientras el sudor se condensa en su nariz y frente como pequeñas gotitas de rocío,  la energía se eleva sobre lo esperado. Entre lo más destacado de “Los Wawanco”, “La Huambaly” y “Chico Trujillo” aparece con toda la bravura porteña un celestial dúo de trompeta y trombón, nuestra música logra domar  la barra brava, que se rinde a nuestros pies como al canto de sirenas.

 Estamos eufóricos entre tantos sonidos, aplausos, humos de origen incierto y estos nuevos amigos que impiden nuestra  retirada; parecía ser la tarde perfecta, hasta que desde la mesa vecina una gringa muy poco diplomática comienza a mirar a Pedro de una forma caníbal. En cada pestañeo parece lamer sus gestos, saborear sus acordes, sonriendo coqueta aplaude haciéndose la lesa, buscando alguna señal, algún gesto que le de esperanzas de devorarlo en menos de veinticuatro horas. Pedro la mira de reojo, mientras cambia los acordes de su guitarra, se deja querer, conoce de sobra la infalible puntería que tenemos los músicos para prendar corazones, como sabe también que mi compañía le impedirá concretar cualquier conquista. 

  -¡Me aburrí y nos vamos, aparte tienes que comer algo!- le digo a Pedro en mi conocido (para él) tono autoritario, tomo fuerte su mano, apenas le doy tiempo de despedirse y lo saco del maravilloso Edén que esta gringa desabrida acaba de arruinar con sus miradas lascivas.

 Salir costó tanto como ingresar, en la puerta un gordo calvo de dos metros impide el ingreso a una turba que se condensa ejerciendo presión contra la entrada, la que es además bloqueada por un par de señoritas que sentadas en el suelo junto a un quiltro como chaperón, no paran de llorar.

Sorteando todo obstáculo y con la patudéz que nos caracteriza logramos volver a la calle, aún es temprano así que emprendemos nuestra marcha hacia San Diego en busca de un pernil con papas y nuevas pócimas para embravecer  nuestro canto.

El hambre y las ganas de pasar al baño impide que la marcha pierda su ritmo en seis octavos  y que nuestra atención se incumba en otra cosa que no sea llegar rápido a nuestra siguiente parada. De esta forma llegamos en tiempo record  a “Las Tejas”, que como lo esperábamos, estaba por completo llena.
Bastó colocar un pié dentro del local para darnos cuenta que por alguna extraña coincidencia ambos conocíamos a gran parte de los asistentes. Rápidamente nos pasan unas javas vacías y nos acomodamos en la mesa de los músicos, esta vez yo con la guitarra canto a gritos algunas Cuecas de la Violeta. Pedro, a estas alturas mi amigo, hijo, socio y cómplice, toma el pandero y se luce aplicando todas las técnicas que alguna vez le enseñé. En la pista un sinnúmero de pañuelos revolotean sobre las cabezas y los mozos hacen gala de un malabarismo nunca antes visto, se pasean con bandejas llenas, eluden medias lunas y escobillados,  pegándose su zapateo tímido de cuando en vez.

Nuevos amigos, nuevo repertorio y nuevamente el alma de la fiesta, yo muero por bailar pero frente a el escasez de músicos cuequeros sabía que sería imposible. Entre tanta vuelta y vuelta el vértigo comenzó a voltear el estómago de nuestros connotados e híper ventilados bailarines dejando la pista inservible, Pedro mira la hora, estamos atrasados, guardamos nuestros instrumentos, me despido lanzando besos al aire y partimos hacia nuestra última parada, la Plaza de la Constitución.
Llegamos anticucho en mano, en pocos minutos más se da inicio a la Fiesta del Bicentenario, la Alameda era una extensión de nuestro peregrinar cuequero, nos encontramos con amigos de todos lados, de la música, de la infancia y los de siempre.
Nos instalamos frente a la Moneda, en plena Alameda cuando por los parlantes comienza a sonar “Malaya”, la Cueca que me inunda de recuerdos de mi paso por el ¡Pedagógico Libre!
No alcanzo a pensar ni emitir comentario alguno cuando Pedro toma mi mano y me lleva a la pista, instante preciso en que el mundo se detuvo ante nuestras miradas.
La música flota en cada acorde, en cada arpegio, los transeúntes se detienen, quieren ser espectadores de nuestro duelo:

-“Malaya el amor malaya, y quién me enseño a querer…”, comienza el canto te acercas desafiante y me tomas fuerte de la cintura, el duelo se abre con la rosa.

-“Dime pues, morenita, donde hay estao, que todita la noche yo te he buscao…”, tu mirada y tu cercanía confirman que todo fue real, yo no puedo dejar de mirar ese lunar junto a tu boca… bella boca.

-“Yo te he buscado mi alma, así decía un enfermo de amores que se moría...”, zapateamos fuerte a ver si logramos sacudir, aplastar nuestra culpa y de una vez por todas volvemos a ser lo que fuimos antes de aquella noche.

-“Cierto que así decía y se moría…”, nos delatamos en el remate, las miradas aun siguen sobre nosotros y sabemos que estamos a punto de caer, el peligro lo noto en nuestros corazones agitados luego de aquel torpe abrazo que cerré con un beso en tu mejilla, muy cerca de tu pecaminoso lunar.

Miramos a nuestro alrededor,  no cabe duda que estamos en el escenario perfecto y a la vez el único que ha dejado en evidencia nuestro secreto, nuestros amigos observan incrédulos.
La Moneda adorna su cielo con mil fuegos sicodélicos, ¡Viva Chile, Viva! el acertado movimiento que distrae las miradas que apuntan hacia nosotros y me permite la huída.

Atrás dejo tus acordes, tu música sin estructuras y tus veinte años. Vuelvo a mi guitarra, a mi voz de metal, y trato de volver a mi música prudente, como la vida que me corresponde.  Mientras improviso décimas camino a casa, intento convencerme de que todo ha sido  un sueño.

                                                                                                              

4 comentarios:

  1. Cuento que obtuvo el segundo lugar, categoría adulto en el concurso "Palabra de mujer", organizado por el entro de Extensión Cultural de la PDI

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  2. Una imagen de nuestra idiosincrasia, un viaje a lo que llamamos chilenismo...una historia real que en algún momento todos vivimos. Una obra de arte!

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  3. Es increible como te veo y como te muestras, sé que te conozco y que tal como lo relatas es como lo vives. Sabes que te quiero mucho y que aunque pasado el tiempo no siento ajeno tu pensar. Un muy buen trabajo con el imsomnio, pero cuidate amiga, no quiero que la creatividad te consuma, equilibra la vida, el desamor y el arte que todo se puede lograr aunque no siempre como uno pretende. (¿te imaginas quien soy?)

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  4. Me gustó. Atractivo y livianito de leer.
    Espero leer más pronto
    Saludos

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