martes, 6 de septiembre de 2011

"Lilí"


                                                                                                        
Venciendo aquellos temores que la escoltan desde el día que decidió dejar todo en el olvido, Lilí sigilosa abre la puerta. En cada uno de sus movimientos pretende  mantener vivo el silencio abrumador que protege su presencia. Ha estudiado cada detalle desde hace semanas, sabe a la perfección  lo que sucederá. La convicción de estar preparada para hacer frente a cualquier hecho inesperado es lo único que le da valor.
Un pútrido aliento la recibe al lograr entrar a la casa, el olor golpea su cara, desordena sus cabellos, le da la bienvenida a la realidad paralela que ha ocultado por años.
Ella,  rompe el silencio en una arcada. Es su presentación, su saludo.
Todo en aquel lugar se  dispone tal como ella supuso. Este enorme baúl de recuerdos inútiles, solo atesora bolsas de basura, cartones arrumbados y desperdicios exhibidos como trofeos.
Una población de moscas aturdidas desafía el espeso aire en un vuelo coreográfico y un par de ratas desde el centro de la sala la miran con desprecio.
Sabe de sobra que una vez dentro ya no hay vuelta atrás, sube la escalera, el miedo la desafía, avanza decidida y sin pensar en las consecuencias ingresa al dormitorio principal.
Recostado junto a una enorme madeja de trapos viejos que cumple la función de lecho senil, Lilí encuentra a Ricardo, su padre.
- ¿Y qué hago contigo ahora?, viejo de mierda-



-“Se llamará Lilí”- palabras que dijo Ricardo, algo molesto al ser padre por quinta vez, y perder a su esposa para siempre. -Me gusta… dos letras, dos sonidos que se repiten, ¿Para qué más?- mientras guarda en su abrigo un paquete de algodón a espaldas de las enfermeras.

Ricardo, supo acaudalar una secreta fortuna ahorrando todo peso que llegaba a sus manos, tanto el hambre como la vergüenza nunca fueron  motivos para desembolsar más de lo necesario.
De pequeña Lilí se había acostumbrado a compartir todo en familia, desde sus útiles escolares hasta  el cepillo de dientes. Aprendió además a superar las náuseas cada almuerzo dominical cuando su Ricardo, luego de comprar una coca-cola, la abría frente a ella y sus hermanos para vaciar en su interior un bolo de espesa saliva, bebida que solo se atrevía a probar Ringo, su fiel quiltro.

-¡Chiquilla mal agradecida!-  fue la respuesta que obtuvo al preguntar los motivos de una dieta a base de helado de piña que duró una semana completa… por ser fin de año estaban en oferta.

La  niñez  de Lilí y sus hermanos, fue marcada por las constantes burlas de sus compañeros.
-¡Lilí es pobre, Lilí la pobre!-  entonaban  en una infernal ronda, empujando su pequeño cuerpo de un lado a otro sin dejarla caer. Ella, rogaba en silencio que no se estropeara su Jumper mientras intentaba no perder de vista los botones de su chaleco que rodaban por el suelo.
  
 El dolor y las lágrimas de sus hijos, fue lo único que Ricardo jamás apuntó en su libreta de cuentas. Lilí, sin embargo, inició el registro de cada humillación, de cada caricia negada, de cada pregunta no resuelta.

En la adolescencia  comenzó a trabajar, nunca a expensas  de su padre, temía que un esclavizante  trabajo fuese pagado con algún desatinado lujo paternal. Como aquella noche en vela que organizó una rumba de facturas y documentos por año y relevancia, para ser recompensada con un tarro de duraznos y una coca-cola cerrada.
Su primer sueldo lo gastó integro en un perfume de moda, no le gustaba, pero amaba la ira implícita de su padre cuando cada mañana, al salir de la habitación, se despedía de todos  impregnando el comedor con su aroma a despilfarro. Ricardo, que esperaba algún aporte para pagar algo de los gastos básicos del hogar, decepcionado poco a poco comenzó a desvincular a Lilí de su vida y la de sus demás hijos, los que temerosos seguían su dieta de sobreviviente.

El perfume fue sucedido por unos tacones agujas  que hacían juego con su nueva cartera, luego vino la pasión por la Opera, las titánicas obras de Wagner se convirtieron en la mejor excusa para justificar sus constantes salidas culturales en compañía desconocida, siempre de noche.
Ricardo decide no perder el tiempo en pensar que está ocurriendo, de sus hijos apenas sabía su nombre. Desde su solitaria tribuna se dedica a observar como estos mal agradecidos cortan uno a uno los eslabones de la paternidad opresora. La soledad que lo acecha, esperando el momento preciso para ser la única compañía del resto de su vida, aparece en escena, Ricardo la asume como una nueva ventaja.

-         Ya era hora de que estos huachos de mierda dejaran de vivir de mi esfuerzo, años de trabajo y para qué… Volverán llorando cuando el hambre les pegue las tripas, rezongaba mientas acariciaba el lomo de Ringo, su fiel perro.

En cierta forma la insurrecta independencia de sus hijos le agradaba, la cuenta de la luz bajó un tercio de lo habitual después que Lilí se fue para siempre, al partir su segundo hijo ya no era necesario comprar tanto pan para la hora de once. La dicha fue aun mayor cuando una mañana encontró la carta en la que sus gemelas notificaban un viaje sin retorno a Puerto Varas; durante la cena de aquella noche, el mayor de sus hijos, le comunicó que partía del país gracias a unos contactos con sus amigos artistas de Barcelona. -Al fin alguien valora mi talento- le dice a Ricardo, quien juntando las migajas del mantel piensa que ya no será necesario comprar tanto papel higiénico.

Todo gracias a Lilí… Lilí, que bello nombre, la más joven de sus hijos, la que en su nacimiento lo despojó del derroche que implicaba para él mantener una inútil esposa ama de casa. 
Jamás imaginó que su hija predilecta, le volvería a dar nuevas esperanzas de hacer crecer su fortuna al librarlo de la tropa de zánganos, que optaron seguir el emancipado ejemplo de su hermana menor.

Pasaron los años y Ricardo en su soledad se convirtió en un espectro que aprovecha el anonimato nocturno para robar la basura de sus vecinos.
Nunca más se dejó ver. En el barrio se comentaba que guarda una invaluable fortuna en efectivo y que a su quiltro lo vieron usando una cadena de oro y diamantes; se decía además que había adoptado un par de ratas.

Lilí en su nueva vida, se ataviaba de cuanto lujo y cachivache pasaba por su mente, a los treinta años se compró una Barbie original que vistió con lentejuelas y plumas para convertirla en el amuleto que cada noche la acompañaba en su auto último modelo.
Su renovada vida se asemejaba a una pasarela que la exhibía día y noche. Por lo mismo estar bella a cada segundo era su principal preocupación, ya que no podía predecir el momento en que su celular sonaría para concertar una cita con alguno de sus distinguidos clientes. 

Partió por su nariz, un pequeño toque borró el rostro de su padre cada vez que se miraba al espejo. Luego las exigencias del competitivo mercado la obligaron a costear unos maravillosos y grotescos senos que la diferenciaron de sus demás colegas.
En su armario amontonaba prendas de costosos diseñadores, zapatos y carteras para combinar con sus ojos, los colores del cielo, su estado de ánimo o la corbata del cliente. Lilí quiere ser la más bella, los tratamientos de belleza y el gimnasio no lograban dejarla del todo conforme, y recordó que una de las pocas amigas del ambiente llegó completamente renovada luego de un viaje de negocios a Buenos Aires.

- Mi Buenos Aires querido…- entona mientras a toda prisa, corre a preparar su equipaje previa confirmación de hora en pabellón con el Doctor Rosales.
Solo surgió un pequeño imprevisto: las cuentas no le cuadraban. Extrañó por un momento la libreta absurda de su padre, de cómo  meticulosamente anotaba cada céntimo que ganaba, pagaba y gastaba.
 Recurrió a todos sus contactos, todos sus amigos, agotando toda posibilidad de un préstamo. Desde Buenos Aires, el Doctor Rosales pierde la paciencia. Ella no imaginaba seguir viviendo sin aquel costoso retoque.
Sabía que en algún momento parte de la supuesta fortuna paternal debía caer en sus manos y pensó que este sería el instante indicado.





-         ¿Quién es usted, señorita?
-         No me conoces, dime dónde está la plata
-         Se la han robado las ratas
-         Dime dónde está tu libreta de apuntes, viejo de mierda- le grita a Ricardo, quien al reconocer algo familiar en aquella mirada, deja de sentir miedo.
-         ¿Lilí, eres tu?- pregunta restregando las costras de legaña acumuladas en sus ojos.
-         Supieras como te he extrañado- le dice en tono sarcástico y avanza  hacia ella desafiando el precario equilibrio que aun le queda.
-         ¡Puta, igual a tu madre!, fue lo que se logró comprender a través de aquella mueca desdentada.
-         Me das asco-  Pronuncia Lilí mientras esquiva a su padre.
Un fuerte ruido espanta las ratas, hace perder la sincronía del vuelo de las moscas y da paso a un silencio absoluto.


Lilí  observa a Ricardo, la espesa y cálida  sangre logra aplacar el tufo que levita del pegajoso suelo, este  nuevo vaho se transforma en el único olor posible de tolerar, lo único familiar y conocido que quita el asco de estar en casa.
Lilí  espera unos minutos y saca temerosa el guante de su mano derecha, toca el cuerpo de Ricardo aun tibio, aun con sangre por derramar y comprueba que al fin está muerto.
Las ratas aparecen… una de ellas responde coqueta al nombre de Lilí, las moscas recuperan su ritmo celestial, y se acerca un quiltro esquelético que le suplica piedad mientras  lame su mano con dulzura,  haciendo gala de un ridículo collar de fideos pintados alrededor de su  cuello.



                                                                                

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